viernes, 25 de marzo de 2011

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Adiós y hasta la próxima...

Siempre digo que estas cosas hay que empezarlas como se pueda -incluso, como dicen los profesores de teatro, diciendo: "no sé cómo empezar. Estoy bloqueado"-, a fin de que, partiendo de lo difícil, podamos abrir la puerta que nos lleve hacia donde queremos. Las resistencias son muchas porque tocar con lo doloroso no es algo gustoso para nadie. 
  Es relativamente fácil hablar del sufrimiento e incluso, muchas veces, neuróticamente placentero pero, tocar con el verdadero dolor... eso es otra historia. No obstante, no hay más remedio que sumergirse en él para poder atravesarlo. Dejar que  duela, sentirlo para que cure. Es la diferencia entre el dolor emocional y el físico. Cuando uno se deja sentir el amor: se enajena, cuando se deja sentir el dolor: se duele.

Este ha sido mi modo de empezar a escribirte. ¿Ves? No cambio, siempre intento que podáis conocer y que sepáis dónde os metéis cuando asumo el rol de vuestra terapeuta. El ser humano siempre buscó comprender lo que le rodea y le pasa y, a mí me encanta dar esas explicaciones (siempre y cuando yo las tenga).

Ahora, me vuelvo a encontrar en el mismo punto... ¿cómo empiezo? Sé muy bien cuál es el objetivo de esta carta: despedirme de ti. Algo que no he podido hacer directamente, no porque alguno de los dos tuviera miedo a las despedidas o porque no nos atrevieramos a tocar con algo que nos duele (creo que en eso ya estamos más que entrenados), sino porque las circunstancias no lo han permitido. También me convierto en portavoz de tus compañeros. Y la publico en este blog por dos razones: la primera, para hacer énfasis en lo importante que es despedirse, tanto si es para siempre como si es temporalmente. La segunda, porque considero que eres un ejemplo a seguir y, ya que por todas partes tenemos malos ejemplos, creo que es bueno compensar con los buenos.

Deje tu silla vacía en la últma sesión de tu grupo. No me gusta dejar huecos en el circulo una vez que hemos cerrado la puerta, pero el tuyo lo dejé. Estaba segura de que vendrías, siempre vienees. Lloviendo, con frío... siempre vienes, incluso más tarde, pero vienes. Pepito me dijo, antes de empezar, que él quería hacer cosas que no le hicieran llorar. Aún no ha interiorizado mucho eso de que "los hombres también lloramos" que le dijiste tú la semana anterior.
Me pregunté en más de una ocasión qué podría haberte pasado y me dije que quizá vinieras más tarde. Pero esta vez no llegaste y, al terminar la sesión, pasaron a comunicarme que ya no vendrías nunca más. "Fue rápido", me dijeron.  ¡Y tan rápido! Se supone que debía haber dicho esto de "mejor así" pero, en ese momento, me quedé bloqueada, helada y sobrecogida por una inmensa pena.
Durante los quince días siguientes, he dado muchas vueltas a cómo hacer, cómo dar la noticia, porque tenía claro que, lo hiciera como lo hiciera, iba a ser muy triste.
   Esta mañana nos hemos vuelto a reunir, como tocaba.  Me he saltado tu nombre a propósito y, al final, les he contado las cosas tal y como son, con voz suave y despacio. Algunos han roto a llorar, otros han guardado silencio. Te cuento todo esto porque creo que es bueno que sepas el mucho aprecio que te teniamos. Pero, antes de que te pongas a consolarnos desde la distancia dimensional, quiero decirte que dentro de esa pena había serenidad, la misma que tú nos dabas cada día. Entre lo que más se ha dicho (todos han hablado) había un acuerdo unánime de que  "la vida ha sido justa". Qué pocas veces decimos eso ¿verdad? Tenías noventa años, tu cabeza perfectamente amueblada, una cultura impresionante, eras tremendamente generoso, capaz de escuchar, de pedir disculpas  y con tu vitalidad nos despertabas a todos. Sólo tus ojos fallaban pero eso nunca te amedrantó. Por esto, todos hemos estado de acuerdo en que has muerto dignamente, sin padecer, rápido  y rodeado de gente que te quería. Quién no quisiera eso para sí mismo. Te merecías concluír tu paso por este mundo de esta manera. 

Cada  uno ha compartido lo que le hubiera gustado decirte, de haber tenido la oportunidad, y todo han sido palabras de amor, gratitud y buenos deseos. Dejas en todos un ejemplo a seguir. Tu sonrisa y tu serenidad, despierta y lograda con años de lucha, y tu capacidad de encontrar siempre el lado positivo de la vida han calado hondo en todos. Lloraste a "tu señora" pero, me siento feliz sabiendo que ya estarás más cerca de ella.
Me despido de ti y, al mismo tiempo, te digo que siempre tendrás tu sitio en nuestro grupo, el que era el tuyo, y en nuestros corazones. Te deseo lo mejor, sea lo que sea lo que te toque ahora.
Hasta siempre. Hasta la próxima (como decían tus compañeros). Y... gracias por haberte cruzado en mi vida, en nuestras vidas.

5 comentarios:

Mr Blogger dijo...

Igual que a veces algún alumno deja una huella indeleble en algún profesor o maestro, se nota que este hombre te ha dejado una marca difícil de borrar. Guarda su recuerdo, atesóralo porque es muy valioso.

parce dijo...

Muy bonito y emotivo, Merce

Merce dijo...

Hola!
Mr. Blogger: bueno, realmente todas las personas con las que trabajo dejan algo en mí y se llevan algo de mí. La relación terapéutica conlleva un contacto tan profundo e íntimo que es inevitable que esto suceda.
Muchas gracias.

parce: muchas gracias. Todo lo que se transmite desde la emoción emociona y desde ahi escribí esto.

Besos para ambos.

montse dijo...

Desde tu dolor sereno y tu despedida emocionada nos invitas a conocer a una persona en su recuerdo.
Gracias por hacernos viajar a esos fragmentos de vidas.Enriquece y alivia el día a día.

Merce dijo...

gRACIAS; mONTSE:
bESOS