domingo, 3 de abril de 2011

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Hans Christian Andersen



(02/04/1805 - 04/08/1875)
Autor danés

  La última vez que tuve en mis manos un libro de Andersen fue esta pasada Navidad, cuando se lo regalé a mi sobrina. Una recopilación ilustrada de todos sus cuentos infantiles. Para mí, una joya y para ella, espero que también. Fueron estos cuentos y otros muchos los que me ayudaron, desde muy pequeña, a desarrollar mi amor incondicional por la lectura. Hoy, publico una breve biografía de este autor que fue capaz de dejar las historias para niños con un final triste y crudo: la sirenita no se casa con el príncipe, el soldadito de plomo muere... porque los cuentos no dejan de ser un reflejo de la vida misma adornados de fantasía. Y de ésta, también forman parte la pérdida, la derrota y la muerte. Muchos problemas y dificultades con los que nos encontramos de adultos, vienen causados por la intolerancia a la frustración, el mal manejo del dolor y la evitación de emociones consideradas como negativas. Hacer hincapié en la inclusión de éstas en el espectro emocional que transmitimos a nuestros niños, es esencial para un desarrollo holístico y sano de la persona.


Nació el 2 de abril de 1805 en Odense. Hijo de un humilde zapatero y de una lavandera. Hans recibió, de pequeño, muy poca educación, pero su padre cultivó su imaginación contándole historias fantásticas y enseñándole a rear su propio teatro de títeres. Con tan sólo 14 años, escapa a Copenhague para tratar de convertirse en actor o cantante.
Trabajó para Jonas Collin, director del Teatro Real, que le financió sus estudios. Desde 1822 publicó poesía y obras de teatro, consiguió su primer éxito con Un paseo desde el canal de Holmen a la punta Este de la isla de Amager en los años 1828 y 1829, un cuento fantástico que imita el estilo del escritor alemán E. T. A. Hoffman. Su primera novela, El improvisador, o Vida en Italia (1835), fue alabada por la crítica. Realizó viajes por Europa, Asia y Africa y escribió muchas obras de teatro, novelas y libros de viaje. Pero es gracias a sus más de 150 cuentos infantiles los que le han establecido como uno de los grandes de la literatura mundial. Entre sus principales innovaciones cabe destacar el uso de un lenguaje cotidiano y dar salida a las expresiones de los sentimientos e ideas que previamente se pensaba que estaban lejos de la comprensión de un niño (la muerte, el dolor, la pérdida, el fracaso, la soledad...) Entre sus populares cuentos se encuentran El patito feo, El traje nuevo del emperador, La reina de las nieves, Las zapatillas rojas, El soldadito de plomo, El ruiseñor, El sastrecillo valiente y La sirenita. Han sido traducidos a más de 80 idiomas y adaptados a obras de teatro, ballets, películas y obras de escultura y pintura.

Falleció el 4 de agosto de 1875. Hans Christian Andersen tuvo muchas amistades femeninas en su vida y se enamoró de varias de ellas, pero murió virgen, según la biografía, H.C.Andersen og veninderne (H.C. Andersen y sus amigas), de la escritora Bente Kjoelbye.



La niña de los fósforos

Por Hans Christian Andersen

¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.

Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.

La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña.

Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!

Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.


3 comentarios:

Merce dijo...

Y supongo que mi atracción hacia estos cuentos, con final triste muchos de ellos, venía porque era así como me percibía a mí misma. Diferente, rodeada de gente pero sola e imagino que desesperanzada de que las historias (mi historia) pudiera tener un final feliz. Supongo que solamente la llama de la vida y los pequeños instantes de felicidad que tuviera fue lo que le dio al patito feo el aguante para enfrentarse a tantas penurias y llegar a convertirse en cisne (cosa que tal vez sólo sabía inconscientemente que era).
Probablemente la personalidad de Andersen esté muy reflejada en el tipo de cuentos que escribía.

Basseta dijo...

Recuerdo uno de esos libros como de los primeros libros de cuentos que leí en mi infancia. Tenían algo mágico, extraño, diferente a los cuentos tradicionales. Producían un efecto extraño en mi (no estoy seguro de que me gustaran ni de que me disgustaran).

Merce dijo...

Hola Basseta!
A mí me sucedía algo parecido. Quizas ai ver desnuda una parte de la vida que normalmente estaba oculta para los niños: las historias podían ser injustas, no siempre ganaban los buenos.. Pero, a pesar de esto, este autor siempre daba un toque optimista. Creo que sabía manejar muy bien el lenguaje emocional y no se ceñía únicamente al polo positivo de éste.
Muchas gracias.